Coleccion #45

Si riego mi cuaderno en el terreno de la puntualidad, me muero de la fiebre de correr tarde y me gusta el nerviosismo... A ve-ces la quería y otras la mataba, me daba igual un homenaje que un velorio, pero el cuento se acabó. La risa conlleva al llanto o viceversa, total, que así es la vida; cumples lo que hay que cumplir: los años, la cárcel, la escuela, el trabajo y al final te mueres siendo un títere de todos, porque nunca pudiste hacer realmente lo que te dio la gana. Ahora dirijo mi propio barco de la desvergüenza que no me importa, me diré todo lo que me quiero decir por gilipollas, por necio, en cueros sin nadie, oscuro sin oscuridad y absurdo sin turno. Rompo los pedazos de cristales que se me encajan en la existencia, meneando la magia del deseo de expresar la falta de comunicación. Hoy es Rita, ayer fue Katrina, mañana será Patricia o tal vez un viento que traen los europeos cuando se bajan a buscar patrias y mujeres; mientras, sigo enhebrando mi vida entre letras por diversión. Cuento el episodio de la columna vertebral de mi diario, tan rico que solamente ofrece cosas sin importancias y ratos locos; una baraja que es mi ficha vivida, lo que pasa con Madonna y Bush... No hay mejor pordiosero que un periodista en medio de Berlín, buscando respuestas que nunca le hicieron preguntas ni las violaron. Me concentro en mi vida del momento arrancándola del pasado; me parece cómoda y una bobada el comentario de la economía cuando ya han vaciado los bancos de la pobreza mundial. Historia del muchacho chino de las capitales recorridas, un mulato anhelo de hallar su bendición en un Dios cercano a Júpiter. Yo era cazador de escopetas que no tiraban, y de faldas amaestradas a la búsqueda de decir fácilmente que sí a los hombres tímidos como yo. No tuve la cantidad suficiente de neuronas como para estudiar tanto, pero me confesé en un confesionario donde no había ningún cura y mis deudas fueron absueltas y mis pecados consumados. Y por piedad a la Virgen me puse de castigo tres Padres Nuestros. Creo que ya dije mi sentencia en esta hoja enormemente escrita, conté una parte que sale de mi diccionario poético, de mi pala y fusil; ya no desayuno croquetas ni me meto en tan-tos líos, pero invento, los instantes de callarme en el canto y de reírme si no hay risas. Egoísta se ha quedado lo que no quiso salir de mi tinta. Negros son los mejores colores del alma frustrada de incomodidad. Ya fabrica una porcelana la mentira para hacerla lucir de hierro; al final es una baratija barata que se desbarata de tocarla, y así vivo yo.