Caligrafias binarias para invocar una flama

"Ser hombre y no ser un rebelde es una contradicción hasta biológica". Lo malo de nacer sedicioso hasta la médula es que cuando no se reconocen límites de ningún tipo, estos terminan lacerando el espíritu profundamente tarde que temprano; especialmente cuando por sedición se entiende literalmente, camuflarse tras un avatar de perversidad llevando a cabo numerosas infamias abominables (proezas): "Ese convicto no iba a violarme en la ducha, yo iba a violarlo a él". Y si añadimos que desde la cuna se ha decidido embarcarse en un viaje (sin retorno) a través de la circuitería maléfica "como la heroína a través de las venas de un adicto", las laceraciones suelen ser irrevocables. Aunque parece ser que todo padecimiento se glorifica armoniosamente, si estamos rodeados de otros perversos equivalentes, a los cuales cabalmente no les interesa ni una pizca sobrepasar cualquier clase de límite, ni siquiera conseguir la olla llena de oro al final del arco iris, sino más bien se apiñan en darle una paliza a los duendes. Toda esta vorágine ominosa se convierte en un desenfreno exponenciado por las bebidas de poder que introducen en sus sistemas (¿binarios?), y las faenas digitales para destripar a gente que por supuesto, se lo merece, hasta que un día se topan con el punzante poema de una mujer proveniente de "Nunca Jamás", y entonces llega la hora de la fiera deidad. "... Díganlo en voz alta y sonará la música de los violines, díganlo en voz baja y sonará como una plegaria... Madre terrible nunca dejaré de decir... Madre terrible..."